10 de junio de 2012

Desperdiciar alimentos, un hábito contaminante

Un nuevo estudio asegura que la leche arrojada por el fregadero es tan contaminante como miles de coches.

Desperdiciar alimentos tiene un elevado coste medioambiental. Así lo corrobora un reciente estudio, que asegura que la leche arrojada por el fregadero es tan contaminante como miles de coches. Si todavía no había suficientes razones para no despilfarrar alimentos, uno de los actuales objetivos prioritarios en la Unión Europea, a los motivos económicos y sociales se añade ahora uno más. Hay fórmulas para reducir el impacto de los desechos de materia orgánica en el ambiente, como planificar bien la compra, conservar de modo adecuado los alimentos y congelar otros que se hayan cocinado y no se consuman en ese momento, para no tener que tirarlos.

Desperdiciar alimentos es insostenible desde el punto de vista medioambiental, ya que los desechos se convierten en basura contaminante. Además, producir esos alimentos que después acaban por desaprovecharse tiene un coste ecológico, que ahora se ha cuantificado. Las autoridades europeas no saben cómo poner freno a un dato relevante: cada europeo desperdicia alrededor de 180 kilos de alimentos al año, de los cuales los hogares son responsables del 42% del total del despilfarro: unos 76 kilos por persona al año. De esta cantidad, más de la mitad es evitable y se debe, sobre todo, a la falta de concienciación, las actitudes culturales de infravaloración de los alimentos, la escasez de conocimiento sobre su uso eficiente y la falta de planificación de las compras. Es una situación lastrante desde el punto de vista económico, poco solidaria con el resto de los habitantes del planeta y, ahora ya se sabe, insostenible.

Desperdiciar leche


Un grupo de investigadores británicos asegura que un gesto tan cotidiano como tirar los restos de la leche del desayuno por el fregadero equivale, en contaminación medida en huella de carbono, a las emisiones provocadas por los tubos de escape de miles de automóviles. La huella de carbono es una medida de impacto ambiental definida como la totalidad de gases de efecto invernadero (los denominados GEI, como el dióxido de carbono o el óxido nitroso) emitidos por efecto directo o indirecto de un individuo, organización, evento o producto.

La investigación se ha llevado a cabo en la Universidad de Edimburgo, en Escocia, y estima la leche desperdiciada en Reino Unido en unas 360.000 toneladas. Según estos científicos, esto generaría emisiones de gases de efecto invernadero equivalentes a 100.000 toneladas de dióxido de carbono, lo mismo que emiten alrededor de 20.000 coches en un año. Un coste ecológico que podría evitarse.


Efectos de la materia orgánica en el agua

Los alimentos desechados tienen un doble efecto medioambiental negativo: por un lado, como basura orgánica que se descompone en el entorno o termina por incinerarse y emite en ambos casos gases de efecto invernadero; por otro lado, el coste de recursos e impacto en el medio ambiente que genera su producción y que es en vano. Hay que tener en cuenta que los residuos orgánicos que se echan por el fregadero pueden contaminar las aguas. Es lo que ocurre al verter aceites por el fregadero. Cuando llegan a ríos y lagos, quedan en la superficie y forman una película que impide la correcta oxigenación del sistema, que termina por deteriorarse.

Un exceso de materia orgánica en las aguas aumenta la denominada "Demanda Biológica de Oxígeno" (DBO), un índice que mide la cantidad necesaria de este gas para descomponer la materia. En este proceso, además de consumirse oxígeno, se genera dióxido de carbono. Si la demanda es muy alta, debido a la elevada presencia de sustancias orgánicas que se deben degradar, no solo se produce mucho CO2, sino que el oxígeno no estará disponible para que lo utilicen otros organismos, plantas y animales, que desaparecerán.

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